LILIANA MARTÍNEZ LOMELÍ. EL ECONOMISTA
El hecho de alimentar a los otros ha sido un objeto de estudio de diferentes disciplinas por la variedad de implicaciones afectivas, biológicas, económicas y hasta políticas que posee este acto.
Cuando pensamos en alimentar a los demás y hacemos una búsqueda rápida de información en internet, podemos atestiguar una tendencia a pensar el acto como algo que implica relaciones y vínculos sociales donde la afectividad y el amor se manifiestan a través del hecho de dar de comer a los demás. Así, es un lugar común pensar que el dar de comer incluye solamente a las personas de un hogar quiénes si viven en grupo, comúnmente son alimentadas por una persona que pertenece a esa casa, o en otros casos, alguien que ha sido contratado para dicha tarea. En la prensa estadounidense por ejemplo, se encuentran muchos ejemplos que ensalzan la labor de las mujeres y la importancia del hecho de dar de comer a los miembros de su familia.
Pero el hecho de alimentar a los otros no solamente involucra el contexto doméstico: alimentamos a los otros también en contextos de altruismo o caridad, y en contextos comerciales o institucionales, como es el caso de negocios de comida o de comedores industriales. Pensar en la acción de alimentar a otros toma diferentes sentidos, según el contexto en el que se haga. Hay quiénes eligen como actividad profesional la base medular de alimentar a los otros. En el caso de las personas que hacen esto, muchas de las polémicas en torno a su profesión, radica en el hecho de no llegar a reproducir el cuidado con el que alimentarían a sus comensales así como lo harían con alguien de su casa. Es como si el hecho de alimentar a otros al seno del hogar, fuera una actividad altamente idealizada que no llega a reproducirse cuando “alimentador- alimentado” no tienen un vínculo social de un círculo de intimidad.
En el contexto de alimentar a los otros en el sentido de la caridad, se han hecho diferentes análisis económicos acerca del impacto benéfico que tendríamos en el mundo si no existiera el hambre. Diferentes organismos públicos y privados tienen la enorme encomienda de alimentar a los otros para lograr disminuir su inseguridad alimentaria y tener mejores oportunidades de vida. Sin embargo, aunque la intención sea buena, existen diferentes estudios críticos sobre las maneras en las que se alimenta a otros en estos contextos, pues en muchas escalas se podrían perpetuar algunas de las relaciones de poder que hacen a nuestras sociedades desiguales. Por poner un ejemplo, en ciertos programas alimentarios de Estados Unidos, se les da de comer a las personas en inseguridad alimentaria, no sin antes recordarles que tienen que poner un esfuerzo individual y disciplina para no necesitar de estas ayudas. Resulta complejo lograr un equilibrio entre la culpabilización a estas personas por su situación de inseguridad alimentaria, y por otro lado, lograr que no existan actitudes de paternalismo y dependencia.
Si observamos más de cerca, estas actitudes se reproducen en cualquiera de los contextos en los que se alimente al otro. Resulta pues que la alimentación es una acción tan significativa, que involucra invariablemente relaciones de poder en esta dicotomía “alimentador- alimentado”. Reflexionar acerca de esta dualidad, permite acercarnos por un lado, a nuestra propia manera de comer, pero también, a analizar de manera más incluyente las problemáticas que derivan de estas relaciones.