NIDIA MARÍN. EL SOL DE MÉXICO.
Ríos que se secan, lagos que desaparecen, mares que se contraen, bosques y selvas que se desvanecen, es la realidad más clara del cambio climático, de la cual México no se salva. Y sobran los botones de muestra, como es el hecho de que en la región centro norte del país (Guanajuato, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí y Querétaro) al menos 92 manantiales y 2,500 kilómetros de ríos se han secado.Por ello, Roberto Dirzo ha lanzado la alerta a través de la Comisión Nacional para el Conocimiento y uso de la Biodiversidad (Conabio), para señalar que “120 de las aproximadamente 200 especies de peces de agua dulce de esa zona son consideradas como amenazadas de extinción y 15 ya estén extintas”.
Hoy que Barack Obama y el papa Francisco hacen el uno dos en la materia, y desde Washington el pontífice señala al mundo que “el cambio climático es un problema que no le podemos dejar a las generaciones futuras”, además de considerar “en lo que respecta al cuidado de nuestro hogar estamos en un momento crítico; estamos a tiempo de hacer el cambio que necesitamos, de crear un mundo sostenible”, es necesario hacer una reflexión sobre el asunto.
Porque, por ejemplo, el mar de Aral cuando cumple los cinco millones de años de edad, desaparece como cuerpo de agua en la realidad (y en los crucigramas). Se enamora de las arenas, les sigue los pasos y se convierte en otra parte del desierto como son sus alrededores.
Mientras tanto, en China aseguran que de los 4,777 lagos que existían, más de la mitad han desaparecido en los últimos veinte años. El Confidencial afirma que hace 20 años, según los registros oficiales, había en aquella nación 50 mil ríos de más de 100 kilómetros cuadrados. Según el primer Censo Nacional del Agua (que el Gobierno chino hizo público), hay únicamente 22.909.
Rodolfo Dirzo, en su obra Trayectorias de Cambio y Estado de los Ecosistemas, también documenta que hacia 1993 la cobertura original arbórea y arbustiva del país se había reducido a 54 por ciento, llegando en 2002 a sólo un 38 por ciento y, en la actualidad una gran parte la vegetación remanente está fragmentada.
El caso de los ríos es alarmante, tanto en nuestra patria como en otros países y más grave todavía lo que señala Andrés Sahuquillo Herráiz, de la Universidad Politécnica de Valencia:
“En el sureste de Asia, el norte de China, Méjico y en casi todas las regiones áridas y semiáridas del mundo se ha producido en las tres últimas décadas un aumento exponencial del riego con aguas subterráneas, en un proceso que Llamas (2004) denomina como revolución silenciosa por haberse realizado por millones de agricultores pobres de esos países, que han perforado millones de pozos, sin apenas control ni ayuda técnica de las agencias de agua, ni subvenciones del Estado o de organismos estatales. Pozos de los que estima que es probable se extraigan entre 700 y 1000 km3 /año de agua. La causa principal para que se produzca este hecho es que el coste de la explotación de las aguas subterráneas es relativamente pequeño”.
Y como dice el Programa Especial de Cambio Climático 2014-2018 de México, queda claro que nuestro país ha logrado avances palpables en cuanto a entender la problemática de conservación de la biodiversidad. “Por una parte, resaltamos el avance conceptual, evidente desde el título mismo de Capital Natural y Biodiversidad de México, que trata de capturar el valor de la biodiversidad desde una perspectiva social”, expone.
Sin embargo, “ahora se propone concebir los problemas de conservación de la biodiversidad en términos de la erosión o pérdida de especies, poblaciones, o cultivares, Así como el deterioro antropogénico de la funcionalidad de los ecosistemas, mismo que se traduce en pérdida de los servicios ambientales, de los cuales a su vez depende, en última instancia, el bienestar social”.
Dice también que no obstante, los esfuerzos realizados hasta ahora en la cuantificación de los procesos ecosistémicos y de relacionar adecuadamente los servicios ecosistémicos al bienestar social, “se encuentran en su infancia no solo en México, sino en todo el mundo, y representan una avenida de trabajo no solamente de importancia académica, sino de gran necesidad, en especial en un país megadiverso y con problemas de conservación tan agudos como el nuestro. Más rudimentaria aún es la meta de inculcar en la sociedad la percepción de que la conservación ecosistémica y de sus servicios es de interés central para el bienestar nacional”.
Los afectados por los desastres
Los factores en la ecuación del clima, son variados. En el mencionado programa se habla de la vulnerabilidad social en México, cuyo factor determinante es la pobreza. Y se lanza un recordatorio: de acuerdo a información del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), la mitad de la población en México vive en condición de pobreza.
Hay algo más, que reviste también preocupación:
“Se estima que 68 por ciento de la población ha sido alguna vez afectada por desastres, cifra que coincide con los grupos en situación de pobreza y extrema pobreza. Estos grupos habitan en viviendas precarias y zonas de alto riesgo ante desastres climáticos, como laderas de montañas, barrancas o zonas susceptibles de inundación (orillas de los ríos o en planicies con baja permeabilidad)”, explican.
En tal sentido, el reciente simulacro nacional realizado reviste particular importancia. Los mexicanos esperan que se sigan efectuando aunque en cada entidad de acuerdo con los riesgos de posibles desastres para cada zona, es decir, bajar ese tipo de programas educativos a los municipios.
El programa sobre cambio climático, en su diagnóstico refiere también que el sector agropecuario se encuentra estrechamente vinculado a las actividades cotidianas de la población mexicana y además de ser una fuente de ingresos importante también es vital para la alimentación de las personas.
“Éste es uno de los más vulnerables y a su vez uno de los que más impacta la integridad ecológica del país. Los aumentos en la temperatura, así como los cambios en las temperaturas extremas y en la precipitación, podrían provocar severas disminuciones en la productividad de este sector”, precisa.
Las áreas urbanas no se salvan. En tal sentido explican la probabilidad de que durante las próximas décadas los espacios que se construyen hoy, operen en condiciones climáticas diferentes.
“Por ello, resulta importante incluir criterios de cambio climático en el diseño y construcción de viviendas, como de infraestructura hospitalaria, energética, de comunicaciones y transportes, turística, así como en todos los instrumentos de ordenamiento territorial, para contar con mayor resistencia de la infraestructura y zonas seguras para la población ante condiciones de clima distintas a las actuales”, precisan.
La Estrategia Nacional de Cambio Climático (ENCC), recuerdan, señala que los impactos económicos provocados por los fenómenos hidrometeorológicos extremos “han pasado de un promedio anual de 730 millones de pesos en el periodo de 1980 a 1999 a 21,950 millones para el periodo 2000-2012”.
Acumulamos muchas pérdidas
Los especialistas de diversas instituciones han señalado que ante un clima cambiante y la posibilidad de riesgos climáticos en aumento, “la respuesta es reducir lo más posible la vulnerabilidad social”, lo cual implicará aumentar las capacidades de adaptación, incrementar la resiliencia o inclusive la transformación social.
Otro factor de mayor impacto en la pérdida de ecosistemas y su biodiversidad y, por ende, de los servicios ambientales: la deforestación, causada por las actividades agropecuarias, por lo que es indispensable frenar o disminuir drásticamente la misma en el país.
Sí, porque en México “se han perdido 127 especies vegetales de las cuales 74 eran endémicas; se estima que en 2002, la cobertura vegetal natural cubría solo el 50 por ciento de la superficie original; entre 1976 y 2009, las cuencas del Golfo de México fueron las que más vegetación primaria perdieron; en 2002, un estudio consideró que el 45 por ciento de la superficie de suelos del país presentaba algún tipo de degradación”.
Y hay que pensar en el futuro, en los nietos, bisnietos y tataranietos, porque debido al cambio climático, se proyecta que “México, perderá en los siguientes 30 años una elevada proporción de bosques de coníferas y encinos y gran parte de la vegetación de sus desiertos. Se prevé que para el 2050, cuando menos 15 mamíferos terrestres reducirán en 50 por ciento su rango de distribución; de éstos, 9 especies endémicas de México perderán más del 80 por ciento de su rango de distribución histórica, y al menos 13 incrementarían en el doble o más su área de distribución.
Y aun falta porque además, el aumento en la temperatura “ha contribuido a la introducción y establecimiento de especies exóticas invasoras que desplazan a las especies nativas que sean más vulnerables ante las nuevas condiciones climáticas. Diversas investigaciones sugieren que el cambio climático podría disparar la expansión de especies invasoras a nuevas regiones”.
Por si no fuera suficiente, diversos estudios han demostrado “que el aumento de CO2 disminuye la calcificación de los corales y su crecimiento hasta en 40 por ciento. Las especies estuarinas (camarón, lisa, ostras, corvina) podrán verse afectadas por cambios en las descargas de tierra adentro, así como por el aumento del nivel del mar. Las surgencias pueden variar de intensidad, en cuyo caso las asociaciones de pesquerías pueden desplazarse geográficamente (sardina, anchoveta y calamar)”.
Dado este panorama, queda claro, dicen, que la recuperación de los servicios ambientales se encuentra íntimamente relacionada con la modificación y diversificación de prácticas productivas que por un lado, logren ser más sustentables y por el otro, generen ganancias en el marco de un enfoque equilibrado.
¿Podremos lograrlo?
Eventos climáticos amenazan de forma grave a 319 municipios
En México existen 319 municipios vulnerables a distintos eventos climáticos: inundaciones, deslaves, sequías agrícolas, disminución de rendimiento por precipitación y temperatura, ondas de calor y transmisión de enfermedades. Ello, ante los efectos adversos del cambio climático.
Así lo ha dado a conocer la Estrategia Nacional de Cambio Climático, tras desarrollar el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) una primera estimación en la materia.
La historia es esta: el INECC realizó un nuevo diagnóstico de los municipios más vulnerables, considerando tres estudios, y tomando como referencia otros dos. Se identificaron aquellos donde los tres estudios coinciden en clasificarlos como de vulnerabilidad “muy alta” y “alta”. El resultado fue 480 municipios (20 por ciento del total nacional). Sin embargo, para obtener un mejor diagnóstico nacional, pero ahora a escala estatal, se procedió a comparar los municipios entre sí dentro de cada Estado. Es decir, en cada entidad se identificaron los municipios que reflejan mayor vulnerabilidad al cambio climático. De esta forma se obtuvo un listado de 319 municipios (13 por ciento del total del país) pero con mayor representatividad estatal y nacional.
Aunque se distribuyen en todo el país, el “top ten” de los más vulnerables se ubica en las siguientes entidades: Chiapas, Veracruz, Estado de México, Yucatán, Oaxaca, Michoacán, Hidalgo, Guerrero, Chihuahua, e Hidalgo.
Es justo hacer notar que en Chiapas, por ejemplo, los funcionarios gubernamentales luchan contra el cambio climático. Apenas el miércoles pasado El Sol de México publicó el monitoreo que llevan a cabo las autoridades agropecuarias sobre la situación de los cultivos por la sequía y para evitar, en lo posible, pérdidas a los productores mediante un seguro.
El subdelegado de Planeación de la Sagarpa, Jorge Ventura Aquino, dice la información, admitió que la precipitación ha sido escasa, muy baja, insuficiente para la producción agrícola y ganadera. Como consecuencia se realiza un recuento de posibles afectaciones a la producción agrícola y ganadera, a través de los 10 Distritos de Desarrollo Rural que atienden a los 122 municipios. Aseguran en el Programa Especial de Cambio Climático 2014-2018, que ante la situación de fragilidad se han planteado dos objetivos orientados a “reducir la vulnerabilidad de la población y sectores productivos e incrementar su resiliencia y la resistencia de la infraestructura estratégica” y, “conservar, restaurar y manejar sustentablemente los ecosistemas garantizando sus servicios ambientales para la adaptación y mitigación al cambio climático”.
A través de este enfoque, se promueve el fortalecimiento de capacidades institucionales y de la población así como el diseño, priorización e implementación coordinada de acciones encaminadas a reducir la vulnerabilidad de los sistemas y el reconocimiento de que la prevención tiene un costo menor a la atención del desastre.
Los nocivos gases de efecto invernadero
Y es que, lo mencionado es solo uno de los renglones, de los muchos que tiene la página de cambio climático en nuestro país. El señalado programa explica ampliamente lo relativo a las emisiones de compuestos y gases de efecto invernadero.
En su realidad, México es un país en desarrollo que busca transitar hacia una economía competitiva, sustentable y de bajas emisiones de carbono, tal y como lo establece la Ley General de Cambio Climático (LGCC) mencionan.
“De acuerdo al Inventario Nacional de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (INEGEI) 1990-2010, las emisiones totales del país en el año 2010 fueron 748 millones de toneladas de CO2 equivalente (MtCO2e), un valor 19 por ciento mayor al de 2001. México se ubicó entre los primeros quince países emisores en 2010 con el 1.4 por ciento de las emisiones globales”.
Y la advertencia:
“De seguir con este escenario tendencial se calcula que en el 2020 las emisiones nacionales de GEI (Gases de Efecto Invernadero) alcanzarían mil millones de toneladas, es decir, un 28 por ciento más que las del 2010.
Los especialistas encargados del multicitado programa consideran importante señalar que la reciente Reforma Energética conllevará un aumento en las actividades destinadas a la producción de hidrocarburos y probablemente incrementarán las emisiones de GEI de este sector. Igualmente, derivado de esta reforma, el sector eléctrico modificará sus procedimientos para planear la expansión de la red eléctrica y, en particular, el POISE (Programa de Obras e Inversiones del Sector Eléctrico) se ajustará a las nuevas condiciones.
“De ahí que el cálculo del escenario tendencial deberá ser actualizado una vez que se publiquen las leyes secundarias de esta reforma y el POISE, y se puedan hacer estimaciones más precisas de las emisiones futuras de las industrias de petróleo y gas y generación de electricidad”, puntualizan.
(Por cierto, el Programa GEI -Gas de Efecto Invernadero-, aseguran, nace bajo la premisa de “lo que no se mide no se controla” y por lo tanto se enfocó inicialmente a desarrollar capacidad técnica para la cuantificación de emisiones de tales gases. Conociendo las fuentes de emisión y estimando las emisiones, es posible identificar las áreas de oportunidad para desarrollar proyectos que mejoren los consumos energéticos y por ende, logren reducir las emisiones de GEI).
Recuerdan en el susodicho programa que para el reto que plantea la mitigación de emisiones de compuestos y gases de efecto invernadero, “México se comprometió a reducir un 30 por ciento con respecto a la línea base en 2020, así como un 50 por ciento al 2050 en relación con las emisiones del año 2000, mediante objetivos indicativos y metas aspiracionales contenidas en la Ley General de Cambio Climático”.
Por ello, este programa, además de incluir las líneas de acción vinculadas al Presupuesto de Egresos de la Federación, incluye otras, marcadas con un asterisco, sujetas a la obtención de apoyos financieros y tecnológicos, nacionales o internacionales, tanto públicos como privados.
Explican también que por las condiciones sociales y económicas de México, la mencionada ley “mandata priorizar las acciones de mitigación con mayor potencial de reducción al menor costo que conlleven beneficios ambientales, económicos y sociales para mejorar la calidad de vida de los mexicanos”.
En ese tenor “Bajo el Programa” contiene líneas de acción encaminadas a reducir GEI en los siguientes sectores emisores: transporte, petróleo y gas, industria, agropecuario, residuos, generación eléctrica, forestal y residencial, así como líneas de acción que buscan reducir las emisiones de contaminantes climáticos de vida corta (CCVC).
¿Y cómo andamos de GEI en el transporte?
No andamos nada bien. De acuerdo a cuadros ilustrativos contenidos en el programa multimencionado, en un escenario al 2020, “el sector transporte, por su alto consumo energético, será el mayor emisor de GEI con un PCG (Alto Potencial de Calentamiento Global) a 20 años, y el tercero en emisiones de CN (carbono negro). En este sector, 94 por ciento de las emisiones provienen del autotransporte, 3.3 por ciento del transporte aéreo, 1.4 por ciento del marítimo y uno por ciento del ferroviario”.
Por lo que se refiere al sector petróleo y gas, en 2020 será el segundo mayor emisor de GEI, y el mayor emisor de CN, con un PCG a 20 años. Las principales fuentes de emisión: la quema, venteo y fugas de gas natural, y el consumo de energía de las instalaciones en Pemex.
El sector industrial no se salva. Será, en el escenario al 2020, el tercero de mayor generación de emisiones GEI y el sexto de CN, con un PCG a 20 años. “Las principales fuentes de emisión: consumo de combustibles fósiles para manufactura y emisiones derivadas de procesos industriales principalmente en las industrias de hierro, acero y cemento”, precisan.
En cuanto al sector agropecuario, será el quinto emisor de GEI en ese mismo año y el cuarto emisor de CN, con un PCG a 20 años. “Las principales fuentes de emisión del sector provienen del metano generado de la fermentación entérica de las poblaciones ganaderas de rumiantes, descomposición de excretas del ganado, arrozales y quema de residuos agrícolas, así como de óxido nitroso proveniente del manejo de excretas, e incorporación de nitrógeno en suelos vía fertilizantes sintéticos, fijación biológica y descomposición de residuos agrícolas. Por lo que se refiere al carbono negro, éste provendría de quemas agrícolas y ruptura de agregados del suelo por el uso de maquinaria”, advierten.
Hay más. El sector residuos será el cuarto emisor de GEI y el quinto emisor de CN, con un PCG a 20 años. Las principales fuentes emisoras: rellenos sanitarios, sitios controlados, tratamiento de aguas residuales y quema a cielo abierto de residuos.
Vinculado a lo mismo está la Prospectiva del Sector Eléctrico 2013-2027 de la Secretaría de Energía que anticipa “un incremento promedio anual de 4.5 por ciento en el consumo de energía eléctrica. Para el 2020, se estima que la generación de energía eléctrica provendrá en un 76 por ciento de combustibles fósiles, 21 por ciento de energías renovables y el resto por el uso de otras tecnologías. La generación proveniente del uso de combustibles fósiles estará compuesta en un 80 por ciento por el uso de gas natural, 12 por ciento por uso de carbón, siete por ciento por combustóleo y uno por ciento por diésel”.
En el sector forestal, añade el programa, el escenario al 2020 anticipa que éste será el séptimo emisor de GEI y el séptimo emisor de CN, con un PCG a 20 años. Las principales fuentes de emisión: conversión de bosques y otras coberturas vegetales a usos agropecuarios, cambio de contenido de carbono en el suelo y cambios en la biomasa de bosques y otros reservorios. Se estima que la tendencia de emisiones a dicho año se mantendrá constante si las tasas de deforestación no cambian o disminuyen, como ha ocurrido de 1990 al 2010 según datos de la Comisión Nacional Forestal (Conafor).
El sector residencial será el octavo emisor de GEI y el segundo emisor de CN, con un PCG a 20 años. Están asociadas al consumo de energía para satisfacer necesidades de iluminación, acondicionamiento térmico y cocción de alimentos.
Y ojo, solo eso faltaba:
Los efectos del cambio climático son diferenciados. Las desigualdades económicas, sociales y políticas, entre regiones, grupos sociales y entre mujeres y hombres propician que la vulnerabilidad, la capacidad de adaptación y resiliencia frente al cambio climático sea distinta.
La vulnerabilidad que enfrentan las mujeres ante los riesgos de desastres, aseguran, difieren en función de los roles que desempeñan y los espacios en que se desarrollan. Los desastres naturales tienen un impacto mayor sobre la esperanza de vida de las mujeres, pues son 14 veces más propensas a morir durante un desastre.
Ésta pues, es nuestra futura y probable realidad.