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Domingo , 31 enero 2016
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Garantizar alimentos, el reto a resolver en el futuro cercano

LUIS MANUEL GUERRA. CRÓNICA.

Al oír o leer la palabra transgénico la mayor parte de nosotros inmediatamente pensamos en algo peligroso, amenazante, antinatural. Y es lógico, implica “traspasar”, “ir más allá de”, “modificar”, “alterar” la genética de seres vivos. Reconozco que el término no fue afortunado desde sus inicios. Ese mismo fenómeno, pero a la inversa, se presentó cuando se describió un fenómeno negativo, verdaderamente amenazante para el ser humano, el Calentamiento Global, como el impacto de “los gases efecto invernadero”.

Un invernadero nos trae imágenes a la mente de una instalación promotora de vida, amable con el ambiente, contacto con las hortalizas, generadora de bienestar. En el imaginario colectivo social, los gases efecto invernadero no son tan peligrosos como los transgénicos.

Para construir un consenso global útil para la sociedad humana en los temas del Desarrollo Sustentable, el gran reto de nuestros tiempos, es imprescindible desarrollar una nueva Comunicación Ambiental que acerque al ciudadano común a las realidades basadas en la razón para facilitar las soluciones que nos garanticen un futuro como raza humana.

En octubre del 2011 alcanzamos la sorprendente cifra de 7 mil millones de seres humanos en el planeta Tierra. Cuando yo nací, y al momento de escribir estas líneas no soy un anciano (me encuentro en la plenitud de mis capacidades intelectuales, físicas y sexuales), mi país tenía 20 millones de habitantes, y mi planeta tenía 2 mil quinientos millones de seres humanos. En el brevísimo espacio de tiempo de mi devenir en este mundo, he visto crecer la población de México de 20 a 105 millones (5 veces más) y la población planetaria de 2 mil quinientos a 7 mil millones (dos y media veces más). En el mundo nacen diariamente 250 mil niños, aumentando la población humana del planeta en más de 90 millones cada año. La gran mayoría de ellos nacen en condiciones precarias.

Esto se debe a la disminución de la mortalidad infantil y de las enfermedades infecto-contagiosas y del aumento significativo en la producción de alimentos. Estos éxitos portentosos de la civilización se han convertido en una espada de Damocles que puede cercenar la existencia misma del Homo sapiens. Es evidente que tenemos que estabilizar la población mundial en 9 mil millones, cosa que sucederá indefectiblemente en el año 2040 (¡dentro de 28 años!). Los bebés que están naciendo hoy, tendrán que competir, cuando tengan 28 años, con 2 mil millones más de demandantes de recursos de los que actualmente se disputan los espacios físicos, los lugares en las escuelas, los empleos. Este cambio requiere un cambio estructural en el paradigma del desarrollo: tendremos que aprender a avanzar en la calidad y no sólo en la cantidad.

El Club de Roma, un grupo ad-hoc de economistas de renombre mundial que se empezó a reunir en Roma a fines de los años sesenta del siglo pasado, analizó por primera vez la relación entre el consumo de recursos del ser humano y la oferta de los mismos por parte del planeta. Calcularon que con la economía clásica se necesitarían dos planetas y medio para brindarle a todos los seres humanos un nivel de vida digno.

Y establecieron que la seguridad alimentaria en un mundo cambiante y de altos requerimientos en la producción sólo se podía lograr con avances significativos en el rendimiento por hectárea.

Así como hemos avanzado en la prolongación de la vida humana, debemos avanzar, a la luz de la razón, en la satisfacción de las necesidades de alimentos para una población que crece rápidamente. No hacerlo, sería actuar irresponsablemente.

Uno de los tres temas estratégicos para lograr el despegue de México hacia un país de primer mundo, junto con la educación útil para los jóvenes del tercer milenio y el respeto al estado de derecho, es la seguridad alimentaria. Ésta no se conseguirá sin el aprovechamiento de la biotecnología moderna.

LA ENCRUCIJADA. La necesidad de elegir: o nos vamos por la derecha o por la izquierda. No podemos caminar los dos caminos al mismo tiempo. Aunque no queramos, tenemos que elegir. Un camino va por seguir haciendo lo que estamos haciendo ahora (el camino cómodo), el otro requiere que cambiemos nuestra forma de caminar: ponernos otros zapatos, cambiar la cadencia al andar. El conocimiento científico nos dice que si seguimos caminando como hasta ahora, nos vamos a tropezar y a caer dolorosamente. Posiblemente no nos podamos levantar otra vez. Para tomar el camino de hacer las cosas diferentes, nuestras instituciones tendrán que cambiar, convirtiendo al medio ambiente en el centro de su preocupación. Ahí es donde “la puerca tuerce el rabo”. Tenemos que cambiar una inercia de muchísimos años, muchos siglos de crecimiento económico a ultranza, para llevar a la humanidad a buscar la plenitud y su felicidad en la vida en armonía con la Naturaleza. Ojo: No estoy proponiendo que nos regresemos a ser místicos contempladores de la creación. Para eso ya somos muchos, 7 mil millones y contando.

Lo que propongo es que empecemos ya a trabajar en un modelo económico que no base su éxito únicamente en el crecimiento anual del Producto Interno Bruto, sino en los indicadores de plenitud y calidad de vida. Ya en este espacio de Crónica escribí sobre el Índice de Desarrollo Humano. Éste es un indicador del desarrollo que no se basa en el ingreso per cápita, sino en el grado de satisfacción con su vida de los habitantes de una determinada región. Pero regresando a la encrucijada que está frente a nuestros ojos en México, quiero analizar contigo la siguiente consideración:

Con base en esta preocupación fundamental de cómo vamos los mexicanos a enfrentar estos grandes retos de satisfacer ahora las necesidades de los mexicanos que ya estamos aquí, sin poner en riesgo la satisfacción de las mismas necesidades de los mexicanos que están por venir, debemos considerar a los Organismos Genéticamente Modificados, (OGM), como un grado de libertad para los seres humanos el siglo XXI, todos los 9 mil millones de ellos. Mándame tu opinión.

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