GABRIEL QUADRI DE LA TORRE. EL ECONOMISTA.
Cada día se acumula más evidencia del colapso en las poblaciones de especies de insectos en todo el planeta. Representan el grupo de animales de mayor diversidad biológica y mayor biomasa, además de ser la base de cadenas ecológicas fundamentales, y vectores estratégicos de polinización y reproducción de plantas vasculares. Se estima que existen entre 5 y 50 millones de especies de seres vivos en el mundo, de las cuales apenas se han descrito y catalogado alrededor de 2 millones. De estás, más de un millón son insectos, y algunos estudios calculan que el número total de especies de insectos podría llegar a 30 millones, con lo que representarían más de 90% de todas las formas de vida en el planeta. Destacan entre ellos los odonatos (libélulas y caballitos del diablo), ortópteros (saltamontes y grillos), lepidópteros (mariposas y polillas), dípteros (moscas y mosquitos), coleópteros (escarabajos y mariquitas), e himenópteros (abejas, avispas y hormigas). Se trata de un universo alucinante de diversidad biológica que juega un papel fundamental en el entramado de la vida en el planeta. Para poner en perspectiva la espectacular abundancia de insectos, vale la pena observar que el número total de especies de mamíferos suma apenas unas 6,000, de aves 11,000, de reptiles 7,000, y de plantas 300,000.
Los insectos soportan nutricionalmente a muchísimas especies de mamíferos (entre ellas a los murciélagos, grandes polinizadores), de aves, de reptiles y de anfibios, y por sí mismos representan la más grande fuerza de tarea para la polinización y reproducción de miles de especies de plantas angiospermas (con flores). Por ello, su desaparición significa un verdadero colapso en la diversidad biológica del mundo, y la desarticulación funcional de numerosos ecosistemas. Se ha documentado la declinación pronunciada de insectos en Estados Unidos y Canadá, y también en Europa, entre 50% y 90%. Esta disminución tenía hasta hace poco tiempo un tendencia gradual a lo largo de los años, hasta que recientemente se ha observado un punto de inflexión hacia el desplome súbito. En México no hay estudios al respecto, aunque la evidencia anecdótica parece rotunda e inquietante. Quién no recuerda en las noches luminarias de parques, calles y casas circundadas frenéticamente por cientos de insectos voladores. O parabrisas y radiadores de vehículos en carretera cuajados de insectos que encontraban ahí su muerte prematura, y también jardines poblados por fantásticos e intrigantes insectos con sus característicos par de antenas, tres pares de patas, y dos pares de alas. Todo ello, que era celebración cotidiana de la vida en la tierra, incluso molesta para muchos, no ocurre más (invito al lector a comprobarlo con tristeza y preocupación).
Las causas de esta debacle biológica pueden trazarse con claridad hacia al menos tres causas. Una es el proceso de acumulación de plaguicidas en el medio ambiente —suelos, aguas, plantas—, que representan una sentencia de muerte para los insectos, y que han sido usados durante ya casi un siglo en la agricultura, así como en casas, parques y jardines. La segunda es la destrucción de hábitat, esto es, de conglomerados suficientemente grandes o abundantes de plantas con flores, por parte de cultivos agrícolas y potreros de ganadería. Esto es promovido por subsidios perversos del gobierno que inducen a los agricultores a desmontar o a remover hasta el último metro cuadrado de vegetación natural. También en las ciudades, las áreas destinadas a camellones con vegetación, jardines y parques han sufrido mermas considerables. Una tercera causa se asociaría con el cambio climático, en la medida en que se modifica la composición florística y se alteran los patrones de crecimiento, inflorescencia y reproducción de las plantas, lo cual rompe con la sincronía lograda durante millones de años con los ciclos de vida de los insectos.
Es urgente que la Semarnat (aunque virtualmente incapacitada por el brutal recorte presupuestal de que ha sido objeto) tome cartas en el asunto. Es indispensable que emprenda un estudio a fondo del problema en diferentes regiones y hábitats del país, identifique plenamente las causas, y diseñe y aplique las políticas y regulaciones requeridas para mitigarlo. Los nuevos subsidios a la agricultura y ganadería instrumentados por el régimen actual sólo apuntan a acelerar la catástrofe. Semarnat debe intervenir para cancelarlos y modificarlos, transformándolos en pagos por servicios ambientales para conservar y ampliar las áreas de conservación en zonas agrícolas y ganaderas, y también, para limitar o minimizar el uso de plaguicidas. Igualmente, debe promoverse la investigación científica y la adopción de biotecnologías para modificar genéticamente organismos destinados al cultivo, con el fin de que se haga prescindible el uso de plaguicidas (sí, con transgénicos). Y en las ciudades es preciso un programa de conservación de rehabilitación de áreas verdes, con prohibición de plaguicidas.