ROMÁN MEYER FALCÓN. EXCÉLSIOR.
Para el año de 1911 Francisco I. Madero había comandado una revolución que lo llevó a la Presidencia de la República. En tanto, la lucha zapatista por la restitución de las tierras campesinas cobraba fuerza en el sur del país, pero su líder no veía cumplidas las promesas que Madero había hecho para devolver a la gente lo que le correspondía. La incapacidad de ambos caudillos para llegar a acuerdos claros provocó una eventual ruptura ideológica y motivó la rebeldía de Zapata, quien no descansaría hasta hacer justicia para el pueblo agraviado.
Así surgió el Plan de Ayala, un manifiesto para el movimiento zapatista en el que quedaron inscritos los principios ideológicos y el proyecto político detrás de la lucha armada. En este importante documento se detalló, por primera vez, una visión de futuro basada en el reparto justo de las tierras usurpadas por los hacendados y caciques durante el Porfiriato.
Años más tarde, el plan se convertiría en la insignia de una de las conquistas sociales más importantes en la historia de México: la reforma agraria. Con el antecedente de su promulgación, los ideales de “justicia, tierra y libertad” quedarían eventualmente plasmados en la Constitución de 1917, convirtiendo a México en pionero de derechos sociales y propiedad común a nivel mundial.
El Plan de Ayala fue firmado en el pueblo de Ayoxuxtla, Puebla, poco tiempo después de que Zapata y sus jefes se refugiaran en la sierra, próximos a la región, tras fracasar sus intentos de negociar con el gobierno maderista. Tras su publicación en los medios a finales de 1911, el plan se difundió rápidamente por todo el país y fue mayoritariamente recibido como una declaración radical por parte de la militancia rural, descabellada y peligrosa.
Sin embargo, a pesar de sus propuestas revolucionarias sin precedentes, lo que el plan buscaba en el fondo era levantar la opresión en la que el sector agrícola llevaba décadas sumido. Su fin último era llegar a una distribución más igualitaria e incluyente del territorio nacional; restituir los derechos y libertades de miles de mexicanos que habían sido abandonados por sus gobernantes, y así garantizar su bienestar. No sorprende, entonces, que la vocación social de este gran proyecto transformativo siga vigente hasta nuestros días.
Resulta muy significativo que, a través del Programa de Mejoramiento Urbano de la Sedatu, se haya comenzado este año una intervención en Ayoxuxtla. Con una inversión superior a los 70 millones de pesos, hemos iniciado la construcción de cuatro grandes proyectos de arquitectura social, incluyendo una escuela dañada por los sismos recientes, un centro de salud y la remodelación del Museo Emiliano Zapata.
Estas obras se proponen renovar el patrimonio urbano, promoviendo su apropiación por parte de la comunidad local. Ahí donde el espacio público ha sido abandonado, también el pueblo ha perdido algo que por derecho le corresponde. La intención de estos proyectos es heredera de los ideales zapatistas, y busca hacer justicia para quienes han padecido años de marginación, abusos y destituciones.
El Plan de Ayala puso en papel una meta fundamental de la Revolución: mejorar las condiciones de vida de las personas más necesitadas, reconociendo sus derechos bajo las máximas de libertad e igualdad. El proyecto de desarrollo territorial que llevamos a cabo desde el gobierno federal se sustenta en esos mismos pilares.
Orgullosamente, formamos parte de una tradición de lucha incansable por la inclusión. Como parte de la Transformación que México vive hoy, honramos esa lucha llegando a donde no se había llegado antes y mejorando la realidad de quienes más nos necesitan. Hasta que no quede nadie atrás y no quede nadie fuera, Zapata vive y sus ideales prevalecen.