JAVIER NÚÑEZ MELGOZA. EL ECONOMISTA.
El mercado del maíz es complejo. Como la mayor parte de los mercados de bienes primarios, pertenece a una cadena de valor en la que coexisten eslabones que cumplen funciones distintas y en las que hay distintos grados de concentración, que inciden en la manera en que se distribuye el valor agregado.
La gente piensa que, cuando se habla de maíz, hay dos mercados: el del maíz blanco y el de el amarillo. Si bien es cierto que hay diferencias entre ellos, desde el punto de vista del agricultor existe sustitución en la producción, pues los procedimientos de cultivo son los mismos. Desde el punto de vista de la demanda, la verdad es que ambas variedades se pueden utilizar para fines similares. Podríamos hacer tortillas con maíz amarillo y podemos alimentar al ganado con maíz blanco.
El maíz ha cobrado una relevancia mayúscula en los últimos 25 años. El mercado se liberó, lo que permitió un crecimiento significativo de las importaciones. Desapareció el control de precios, que generó distorsiones en la operación de los mercados. Y se industrializó y expandió la producción de cárnicos, principalmente de pollo, res y cerdo, lo que ha demandado un volumen creciente de granos, principalmente maíz.
México ha sido altamente exitoso en proveer de proteína cárnica a sus habitantes. En el caso del pollo, el consumo per cápita se triplicó desde inicios de los 90; en carne de res, el aumento fue de alrededor de 20%; y en cerdo, cercano a 50%, para ello ha sido necesario incrementar la producción de alimento balanceado. El principal componente de la alimentación del ganado es el maíz. La productividad del campo mexicano se encuentra rezagada. En nuestro país se obtienen alrededor de 3.5 toneladas de maíz por hectárea, por debajo de los 5.5 que se obtienen en promedio en el mundo. El abandono a la producción del cereal (con honrosas excepciones) ha impedido la expansión de la producción al ritmo que la demanda requiere. De tal forma, las importaciones de maíz amarillo, que es el que está disponible en el mundo para ser comercializado, pasarán de 5.4 millones de toneladas en 2003, a más de 15 millones de toneladas en 2018.
Lo anterior ha detonado una reacción. El nuevo gobierno ha informado de la aplicación de apoyos a productores de bajos ingresos, incluyendo la posibilidad de establecer precios de garantía. Sin discutir la legalidad de la fijación de precios oficiales, me parece que no es la mejor alternativa. Abundan las historias de fortunas que fueron erigidas en los años 70 y 80, al amparo de simulaciones en el comercio de granos. Vendedores de granos formaban sus vehículos para vender al precio oficial; al entregar el grano se volvían a formar, pero en la fila de compra, para adquirir a precio subsidiado. La situación fue tan grave que el gobierno de entonces llegó a plantear la posibilidad de pintar el grano, como una medida desesperada para dificultar el accionar de los especuladores.
Lo primero que debemos aceptar, es que el déficit comercial no es malo per se. El déficit es parte de un engranaje productivo, que ha permitido mejorar la alimentación de la población y ser exitosos en exportación de res y cerdo. Se trata de cadenas productivas que funcionan como lo hace la industria automotriz, en la que se importan componentes y se exportan vehículos.
Sin lugar a duda se debe actuar para mejorar el nivel de vida de los productores primarios y reducir la heterogeneidad entre ellos. Mucho puede lograrse si se actúa en mejorar la productividad, mediante la promoción de semillas mejoradas (no transgénicas), difusión de técnicas de cultivo adecuadas, inversión en infraestructura, depuración y evaluación de los programas de apoyo y revisión de los mecanismos contractuales que rigen la comercialización.
* Consultor de Ockham Economic Consulting, especializado en competencia económica y regulación y profesor universitario.