LILIANA MARTÍNEZ LOMELÍ. EL ECONOMISTA.
Es un hecho más o menos del dominio público que nuestras emociones están íntimamente ligadas con lo que comemos. Pero, desde una perspectiva de las neurociencias y la psicología social, todos estos comportamientos han apuntado a interesantes investigaciones sobre la relación entre nuestro estado de ánimo y lo que comemos.
Cuando hablamos de emociones y comida, inmediatamente vienen a la mentes los clichés del litro de helado consumido directo del bote con una cuchara por las personas tristes y de las comilonas de festejo familiar en momentos de alegría. Pero más allá de estos ejemplos, nuestras emociones y, particularmente las reacciones en la química cerebral que experimentamos día con día, tienen una relación significativa con lo que comemos.
Si tomamos en cuenta, por ejemplo, estímulos del exterior que influyen en nuestros estados de ánimo, encontramos que nuestros cerebros son altamente reactivos a lo que sucede en nuestro medio ambiente. Por ejemplo, una investigación que siguió los hábitos de estadounidenses aficionados al futbol americano encontró diferencia en los patrones de alimentación en función de la victoria o la derrota del equipo al que apoyan. Las botanas con las que los espectadores del Super Bowl acompañan la vista de los partidos son cada año más legendarias y más elaboradas. Se encontró que los espectadores que apoyan al equipo que pierde, tienen una tendencia significativa a consumir este tipo de botanas al día siguiente del partido.
Este hecho tiene una explicación en algo que desde hace mucho se ha establecido: nuestros cerebros son más reactivos a las comidas con alto contenido de grasa, de hidratos de carbono; por lo tanto, a las comidas con sabores más intensos. Esta proclividad es debido a que estas comidas a nivel cerebral generan reacciones que incrementan la producción de dopamina, endorfinas y serotonina. Este tipo de reacciones causa respuestas de placer en el cuerpo. La comida es uno de esos estímulos que tenemos al alcance para provocar placer, además de otras reacciones. Cuando, por el contrario, estamos demasiado excitados o emocionados, podemos olvidar comer, que es algo que podría suceder a los ganadores.
Existen muchos más estímulos por los que las sustancias que produce nuestro cerebro pueden variar en su concentración. El simple hecho de ver una película de comedia o de terror, leer una noticia, ver videos cómicos o violentos , jugar videojuegos, oler aromas agradables o desagradables, ver platos grandes o pequeños, el color de una vajilla, el tamaño de una cuchara o la forma en la que se siente en la mano, las conversaciones que tenemos: son estímulos cerebrales en los que la producción de sustancias puede determinar de una u otra manera lo que estamos comiendo.
Más allá de que los estímulos sean situaciones que nos estén pasando personalmente, como en el caso del típico ejemplo del helado en la tristeza, el tema es que nuestros cerebros son capaces de generar empatía; por lo tanto, aunque sepamos que las situaciones de una película sean ficticias, afectan de una u otra manera la química cerebral. Es por esta cuestión que, en esta época de hiperestimulación sensorial a través de todo lo que vemos en un día, tenemos que cuestionarnos sobre las implicaciones que existen entre lo que nuestro cerebro experimenta y la forma en la que nos alimentamos. Con esto se muestra una vez más que la alimentación es un hecho complejo.
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